martes, 12 de abril de 2011

Mecanoscrito del segundo origen – Manuel de Pedrolo.











El futuro no es lo que era.


Si Cervantes tuvo a su morisco Cide Hamete Benengeli, fórmula para dar veracidad a una ficción literaria, Manuel de Pedrolo, autor del Mecanoscrito del Segundo Origen (Mecanoscrit del Segon Origen, en su título original en catalán), usa del mismo resorte metaficcional para convertir en plausible lo que a priori no sería sino una novela de ciencia ficción del género catastrofista.

En efecto, todo empieza (o acaba, según se mire) cuando un ataque extraterrestre del que nada sabemos acaba con la mayor parte de la vida en la tierra. Dos son las personas elegidas por el azar para sobrevivir: Alba y Dídac, adolescentes que habrán de reconstruir progresivamente su mundo (y con ello su realidad, sus puntos de referencia; al carecer de un pasado referencial, habrán de edificar, en definitiva, su futuro particular, tras el holocausto alienígena). Y con dicha reconstrucción, nacerán sentimientos encontrados: la tristeza por la pérdida (amigos, familia, casa, ciudad, comunidad, país), la esperanza por el futuro, y en última instancia, el amor. Un amor que sostendrá – si bien de manera precaria – a la pareja en los momentos más duros de sus aún breves vidas, dejando un resquicio para la esperanza hasta el final del texto.

La novela, escrita a modo de texto profético (¿un nuevo Antiguo Testamento?), en parágrafos numerados que abusan conscientemente en sus inicios de la conjunción copulativa “y” (y durante, y fue, y entonces, y a la mañana siguiente), ahonda en la progresiva sensación de desasosiego que envuelve a los protagonistas.

Aparece asimismo, en función del tiempo narrativo, dividida en distintos libros o cuadernos, cuyos títulos avanzan el progresivo sentimiento de esperanza que inunda el texto, desde sus inicios descorazonadores: Cuaderno de la destrucción y de la salvación; cuaderno del miedo y de lo extraño; cuaderno de la salida y de la conservación; cuaderno del viaje y del amor; cuaderno de la vida y de la muerte.

Alba, madre de la humanidad actual, será la responsable de perpetuar la especie. Y con ello, permitirá que este libro llegue a las generaciones futuras (y a ti, lector, y a mí), y se erija como el testigo único, mecanografiado, del fin y del subsiguiente comienzo de la humanidad.

Manuel de Pedrolo (L'Aranyó, Els Plans de Sió, Lérida, 1918 – Barcelona, 1990) demuestra su capacidad poética y fabuladora con esta novela, profundamente religiosa en sus principios, ensalzadora del espíritu humano y de su capacidad de superación. Y como no podía ser de otra manera, yace olvidada en las estanterías de las librerías de viejo, acumulando polvo y tiempo hasta que tú, lector, corras en busca de un ejemplar. Harás bien.

Las historias naturales - Joan Perucho.


El gran fabulador.


Leer Las historias naturales equivale a bucear entre la delgada línea que separa la realidad-real de la ficción más descabellada. Vampiros, Dips, siglo XIX, carlistas y liberales, la ciencia botánica, el misticismo, las creencias religiosas, los no-muertos, el pez Nicolás, la historia catalana y la guerra se entrelazan magistralmente en esta novela de Joan Perucho (Barcelona, 1920 – 2003).

Poeta (reconocida es su obra Sota la sang), eximio novelista, ensayista y crítico de arte, amén de juez, Perucho dejaba volar su fértil imaginación para adentrarse en el mundo de lo fantástico, lo misterioso y lo mítico. Obras capitales de la literatura de la segunda mitad del siglo XX, como el Libro de Caballerías o la citada Las historias naturales, atestiguan que (ay, desgracia) en este país se sigue valorando poco la capacidad fabuladora y la fertilidad de la imaginación, pues raro será que el lector encuentre alguna edición reciente de este autor en una librería que no sea de lance.

Perucho, influido por autores tan diversos como H.P. Lovecraft, Italo Calvino, Álvaro Cunqueiro o Lord Dunsany, posee una magistral capacidad de entreverar datos reales con el producto de su fantasía, mezclando personajes verdaderos (Prim, Ramón Cabrera, “El Tigre del Maestrazgo”, Antonio Magrinya y de Súñer, o incluso Frederic Chopin) y ficticios (como su protagonista, Antonio de Montpalau, u Onofre de Dip, el vampiro) hasta desdibujar el marco histórico, dejando pasar, de manera casi imperceptible, el aliento del misterio.

Las historias naturales, cuya versión original en catalán data de 1960, narra la improbable historia de Antonio de Montpalau y de la Truanderie, noble barcelonés y naturalista de profesión, quien, en época de guerra carlista, parte en busca del Dip, ser mitológico encarnado en la figura de Onofre de Dip, que puede mutar en distintos y muy variados animales y que desangra a sus víctimas a lo largo de su periplo por las tierras catalanas, aragonesas y valencianas, siguiendo el rastro de las campañas carlistas. Para ello, se ayudará de su fiel Amadeo, así como de Isidre de Novau, marino con una reconocida experiencia tras de sí, entre la que se incluye el avistamiento del famoso Pez Nicolás, o Pesce Cola, hombre pez que vivió en Sicilia en el tiempo de Federico de Nápoles (1496-1501), y que aparece incluso citado en el Quijote (parte segunda, capítulo XVIII), donde leemos que una de las virtudes que deben adornar al caballero andante, entre "otras menudencias, digo que ha de saber nadar como dicen que nadaba el peje Nicolás, o Nicolao".

La búsqueda del vampiro se entrelaza, sin embargo, con múltiples ramificaciones de estas historias naturales: la guerra carlista, la España oscura del siglo XIX, los progresos científicos de la época y una sencilla pero imprescindible historia de amor enmarcan la novela, que magistralmente recrea, en un pastiche à la mode que hará la delicias de todo buen aficionado a la novela fantástica y de misterio, una época muy convulsa de nuestra no tan lejana historia.

En definitiva, un autor para redescubrir. Y para reeditar, si alguien lee este grito sordo.